La casa del Padre es el Universo; las diferentes moradas
son los mundos que circulan en el espacio infinito y ofrecen a los
Espíritus encarnados, moradas apropiadas a su adelantamiento.
Independiente de la diversidad de mundos, estas palabras
pueden también ser entendidas como el estado feliz o infeliz del
Espíritu en la erraticidad. Según esté más o menos purificado y
desprendido de los lazos materiales, el medio en que se encuentra,
el aspecto de las cosas, las sensaciones que experimenta, las
percepciones que posee, varían hasta lo infinito; mientras que unos
no pueden alejarse de la esfera en que vivieron, los otros se elevan
y recorren el espacio y los mundos; mientras que ciertos Espíritus
culpables van errantes en las tinieblas, los felices gozan de una
claridad resplandeciente y del sublime espectáculo del infinito; en
fin, mientras que el malo atormentado por los remordimientos,
por los pesares, muchas veces sólo, sin consuelo y separado de los
objetos de su afecto, gime bajo el peso de los sufrimientos morales,
el justo, reunido con los que ama, goza las dulzuras de una indecible
felicidad. También allí hay diferentes moradas, aun cuando no estén
circunscritas ni localizadas.
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