sábado, 21 de agosto de 2010

Evangelio segun el Espiritismo III



LA NUEVA ERA:
9. Dios es único y Moisés el Espíritu que Dios envió en

misión para darle a conocer, no sólo a los Hebreos sino también a

los pueblos paganos. El pueblo hebreo, fue el instrumento del que

Dios se valió para hacer su revelación por medio de Moisés y los

profetas y las vicisitudes de este pueblo estaban destinadas a

impresionar los ojos y hacer caer el velo que escondía la divinidad

a los hombres.

Los mandamientos de Dios dados por Moisés traen el germen

de la más amplia moral cristiana; los comentarios de La Biblia

restringían su sentido, porque, puestos en práctica en toda su pureza,

no habrían sido comprendidos, entonces; pero, no por eso, los diez

mandamientos de Dios dejaron de permanecer como el frontispicio

brillante, como el farol que debía iluminar a la Humanidad en el

camino que habría de recorrer.

La moral enseñada por Moisés era apropiada al estado de

adelanto en que se encontraban los pueblos que fue llamada a

regenerar, y esos pueblos, medio salvajes en cuanto al

perfeccionamiento de su alma, no habrían comprendido que se

puede adorar a Dios de otro modo que por los holocaustos, ni que

se necesitase perdonar a un enemigo. Su inteligencia, notable desde

el punto de vista de la materia y aun respecto de las artes y las

ciencias, estaba muy atrasada en moralidad y no se habrían

convertido bajo el imperio de una religión enteramente espiritual;
les era necesario una representación semimaterial tal como la


ofrecía entonces la religión hebrea. Así, los holocaustos hablaban

a sus sentidos, mientras que la idea de Dios hablaba a su espíritu.

El Cristo fue el iniciador de la moral más pura y más sublime:

la moral evangélica-cristiana que debe renovar el mundo, aproximar

a los hombres y hacerlos hermanos; que debe hacer brotar de todos

los corazones humanos la caridad y el amor al prójimo, y crear

entre todos los hombres una solidaridad común; en fin, de una

moral que debe transformar la Tierra y hacer de ella una morada

para los Espíritus superiores a los que hoy la habitan. Es la ley del

progreso, a la que está sometida la Naturaleza, que se cumple, y el

Espiritismo es la palanca de que Dios se sirve para hacer avanzar

a la Humanidad.

Han llegado los tiempos en que las ideas morales deben

desarrollarse para cumplir los progresos que entran en los designios

de Dios; ellas deben seguir el mismo camino que recorrieron las

ideas de libertad y que fueron sus precursoras. Pero no creáis que

este desarrollo se realice sin luchas; no, ellas necesitan, para llegar

a la madurez, sacudimientos y discusiones, con el fin de que llamen

la atención de las masas; una vez fijada la atención, la hermosura

y la santidad de la moral impresionarán a los Espíritus, y se

interesarán por una ciencia que les da la clave de la vida futura y

les abre las puertas de la eterna felicidad. Fue Moisés quien abrió

el camino; Jesús continuó la obra, y el Espiritismo la concluirá.

(Un Espíritu Israelita. Mulhouse, 1861).

10. Un día, Dios, en su caridad inagotable, permitió al hombre

ver que la verdad disipaba las tinieblas; ese día fue el advenimiento

de Cristo. Después de la luz viva, volvieron las tinieblas; el mundo,

después de las alternativas de la verdad y de la obscuridad, se perdió

de nuevo. Entonces, a semejanza de los profetas del Antiguo

Testamento, los Espíritus se ponen a hablar y os advierten: ¡El mundo

esta conmovido en sus cimientos, el rayo rugirá, estad firmes!

El Espiritismo es de orden divino, puesto que descansa en

las mismas leyes de la Naturaleza; y creed que todo lo que es de

orden divino tiene un objetivo grande y útil. Vuestro mundo se

perdía, la ciencia, desarrollada a expensas de lo que es de orden
moral, conduciéndoos al bienestar material, redundaba en provecho


del Espíritu de las tinieblas. Vosotros lo sabéis, cristianos, el corazón

y el amor deben caminar unidos a la ciencia. El reino de Cristo,

después de dieciocho siglos, y a pesar de la sangre de tantos

mártires, aún no ha llegado. Cristianos, volved al Maestro que

quiere salvaros. Todo le es fácil al que cree y ama; el amor le llena

de una alegría inefable. Sí, hijos míos; el mundo está conmovido,

los buenos Espíritus os lo dicen siempre, curvaos bajo el soplo

precursor de la tempestad, a fin de que no seáis derribados; es

decir, preparaos, y no os asemejéis a las vírgenes locas que estaban

desprevenidas a la llegada del esposo.

La revolución que se prepara es más bien moral que material;

los grandes Espíritus, mensajeros divinos, inspiran la fe, para que

todos vosotros, obreros esclarecidos y ardientes, hagáis oír vuestra

humilde voz; porque vosotros sois el grano de arena, pero sin granos

de arena no habría montañas. Así, pues, que estas palabras:

“nosotros somos pequeños”, no tengan sentido para vosotros. A

cada uno su misión, a cada uno su trabajo. ¿No construye la hormiga

el edificio de su república y los animalitos imperceptibles no

levantan acaso continentes? La nueva cruzada comenzó; apóstoles

de la paz universal y no de la guerra, San Bernardos modernos,

mirad y marchad adelante: la ley de los mundos es la ley del

progreso. (FÉNELON, Poitiers, 1861).

11. San Agustín es uno de los más grandes propagadores del

Espiritismo; se manifiesta casi en todas partes, y la razón de ello la

encontramos en la vida de ese gran filósofo cristiano, que pertenece

a esa vigorosa falange de los Padres de la Iglesia a los cuales la

cristiandad debe sus más sólidos apoyos. Como muchos, fue

arrebatado al paganismo, mejor dicho, a la más profunda impiedad,

por el resplandor de la verdad. Cuando en medio de sus excesos,

sintió en su alma esa vibración extraña que le hizo volver en sí

mismo y comprender que la felicidad estaba en otra parte y no en

los placeres embriagadores y fugitivos; cuando, en fin, marchando

por el camino de Damasco, oyó también la voz santa que le gritaba:

Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?, exclamó: ¡Dios mío! ¡Dios

mío! Perdóname, creo, ¡soy cristiano! Y desde entonces fue uno

de los más firmes defensores del Evangelio. Se pueden leer en las
notables confesiones que nos dejó este Espíritu eminente, las


palabras características y proféticas al mismo tiempo, que

pronunció después de haber perdido a Santa Mónica: “Estoy

convencido de que mi madre volverá a visitarme y a darme

consejos, revelándome lo que nos espera en la vida futura.” ¡Qué

enseñanza en estas palabras, y que resplandeciente previsión de la

futura doctrina! Por esto hoy día, viendo llegada la hora para

divulgar la verdad que en otro tiempo presintió, se ha hecho su

ardiente propagador y se multiplica, por decirlo así, para acudir a

todos los que le llaman. (Erasto, discípulo de San Pablo, París,

1863).

NOTA: ¿Acaso San Agustín viene a destruir aquello que

edificó? Seguramente que no; pero, como tantos otros, ve con los

ojos del Espíritu lo que no veía como hombre; su alma libre entrevé

nuevas claridades y comprende lo que no comprendía antes; nuevas

ideas le han revelado el verdadero sentido de ciertas palabras; en

la Tierra juzgaba las cosas según los conocimientos que poseía,

pero, cuando se hizo para él una nueva luz, pudo juzgarlas más

juiciosamente. Así cambió de idea sobre su creencia respecto a los

Espíritus íncubos y súcubos y sobre el anatema que había lanzado

contra la teoría de los antípodas. Ahora que el Cristianismo se le

presenta en toda su pureza, puede pensar sobre ciertos puntos de

otro modo que cuando vivía, sin dejar de ser el apóstol cristiano.

Pudo, sin renegar su fe, hacerse el propagador del Espiritismo,

porque ve en él, el cumplimiento de las cosas predichas.

Proclamándolo, hoy, no hace otra cosa que conducirnos a una

interpretación más sana y más lógica de los textos. Lo mismo sucede

con otros Espíritus que se encuentran en una posición análoga.

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