LA NUEVA ERA:
9. Dios es único y Moisés el Espíritu que Dios envió en
misión para darle a conocer, no sólo a los Hebreos sino también a
los pueblos paganos. El pueblo hebreo, fue el instrumento del que
Dios se valió para hacer su revelación por medio de Moisés y los
profetas y las vicisitudes de este pueblo estaban destinadas a
impresionar los ojos y hacer caer el velo que escondía la divinidad
a los hombres.
Los mandamientos de Dios dados por Moisés traen el germen
de la más amplia moral cristiana; los comentarios de La Biblia
restringían su sentido, porque, puestos en práctica en toda su pureza,
no habrían sido comprendidos, entonces; pero, no por eso, los diez
mandamientos de Dios dejaron de permanecer como el frontispicio
brillante, como el farol que debía iluminar a la Humanidad en el
camino que habría de recorrer.
La moral enseñada por Moisés era apropiada al estado de
adelanto en que se encontraban los pueblos que fue llamada a
regenerar, y esos pueblos, medio salvajes en cuanto al
perfeccionamiento de su alma, no habrían comprendido que se
puede adorar a Dios de otro modo que por los holocaustos, ni que
se necesitase perdonar a un enemigo. Su inteligencia, notable desde
el punto de vista de la materia y aun respecto de las artes y las
ciencias, estaba muy atrasada en moralidad y no se habrían
convertido bajo el imperio de una religión enteramente espiritual;
les era necesario una representación semimaterial tal como la
ofrecía entonces la religión hebrea. Así, los holocaustos hablaban
a sus sentidos, mientras que la idea de Dios hablaba a su espíritu.
El Cristo fue el iniciador de la moral más pura y más sublime:
la moral evangélica-cristiana que debe renovar el mundo, aproximar
a los hombres y hacerlos hermanos; que debe hacer brotar de todos
los corazones humanos la caridad y el amor al prójimo, y crear
entre todos los hombres una solidaridad común; en fin, de una
moral que debe transformar la Tierra y hacer de ella una morada
para los Espíritus superiores a los que hoy la habitan. Es la ley del
progreso, a la que está sometida la Naturaleza, que se cumple, y el
Espiritismo es la palanca de que Dios se sirve para hacer avanzar
a la Humanidad.
Han llegado los tiempos en que las ideas morales deben
desarrollarse para cumplir los progresos que entran en los designios
de Dios; ellas deben seguir el mismo camino que recorrieron las
ideas de libertad y que fueron sus precursoras. Pero no creáis que
este desarrollo se realice sin luchas; no, ellas necesitan, para llegar
a la madurez, sacudimientos y discusiones, con el fin de que llamen
la atención de las masas; una vez fijada la atención, la hermosura
y la santidad de la moral impresionarán a los Espíritus, y se
interesarán por una ciencia que les da la clave de la vida futura y
les abre las puertas de la eterna felicidad. Fue Moisés quien abrió
el camino; Jesús continuó la obra, y el Espiritismo la concluirá.
(Un Espíritu Israelita. Mulhouse, 1861).
10. Un día, Dios, en su caridad inagotable, permitió al hombre
ver que la verdad disipaba las tinieblas; ese día fue el advenimiento
de Cristo. Después de la luz viva, volvieron las tinieblas; el mundo,
después de las alternativas de la verdad y de la obscuridad, se perdió
de nuevo. Entonces, a semejanza de los profetas del Antiguo
Testamento, los Espíritus se ponen a hablar y os advierten: ¡El mundo
esta conmovido en sus cimientos, el rayo rugirá, estad firmes!
El Espiritismo es de orden divino, puesto que descansa en
las mismas leyes de la Naturaleza; y creed que todo lo que es de
orden divino tiene un objetivo grande y útil. Vuestro mundo se
perdía, la ciencia, desarrollada a expensas de lo que es de orden
moral, conduciéndoos al bienestar material, redundaba en provecho
del Espíritu de las tinieblas. Vosotros lo sabéis, cristianos, el corazón
y el amor deben caminar unidos a la ciencia. El reino de Cristo,
después de dieciocho siglos, y a pesar de la sangre de tantos
mártires, aún no ha llegado. Cristianos, volved al Maestro que
quiere salvaros. Todo le es fácil al que cree y ama; el amor le llena
de una alegría inefable. Sí, hijos míos; el mundo está conmovido,
los buenos Espíritus os lo dicen siempre, curvaos bajo el soplo
precursor de la tempestad, a fin de que no seáis derribados; es
decir, preparaos, y no os asemejéis a las vírgenes locas que estaban
desprevenidas a la llegada del esposo.
La revolución que se prepara es más bien moral que material;
los grandes Espíritus, mensajeros divinos, inspiran la fe, para que
todos vosotros, obreros esclarecidos y ardientes, hagáis oír vuestra
humilde voz; porque vosotros sois el grano de arena, pero sin granos
de arena no habría montañas. Así, pues, que estas palabras:
“nosotros somos pequeños”, no tengan sentido para vosotros. A
cada uno su misión, a cada uno su trabajo. ¿No construye la hormiga
el edificio de su república y los animalitos imperceptibles no
levantan acaso continentes? La nueva cruzada comenzó; apóstoles
de la paz universal y no de la guerra, San Bernardos modernos,
mirad y marchad adelante: la ley de los mundos es la ley del
progreso. (FÉNELON, Poitiers, 1861).
11. San Agustín es uno de los más grandes propagadores del
Espiritismo; se manifiesta casi en todas partes, y la razón de ello la
encontramos en la vida de ese gran filósofo cristiano, que pertenece
a esa vigorosa falange de los Padres de la Iglesia a los cuales la
cristiandad debe sus más sólidos apoyos. Como muchos, fue
arrebatado al paganismo, mejor dicho, a la más profunda impiedad,
por el resplandor de la verdad. Cuando en medio de sus excesos,
sintió en su alma esa vibración extraña que le hizo volver en sí
mismo y comprender que la felicidad estaba en otra parte y no en
los placeres embriagadores y fugitivos; cuando, en fin, marchando
por el camino de Damasco, oyó también la voz santa que le gritaba:
Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?, exclamó: ¡Dios mío! ¡Dios
mío! Perdóname, creo, ¡soy cristiano! Y desde entonces fue uno
de los más firmes defensores del Evangelio. Se pueden leer en las
notables confesiones que nos dejó este Espíritu eminente, las
palabras características y proféticas al mismo tiempo, que
pronunció después de haber perdido a Santa Mónica: “Estoy
convencido de que mi madre volverá a visitarme y a darme
consejos, revelándome lo que nos espera en la vida futura.” ¡Qué
enseñanza en estas palabras, y que resplandeciente previsión de la
futura doctrina! Por esto hoy día, viendo llegada la hora para
divulgar la verdad que en otro tiempo presintió, se ha hecho su
ardiente propagador y se multiplica, por decirlo así, para acudir a
todos los que le llaman. (Erasto, discípulo de San Pablo, París,
1863).
NOTA: ¿Acaso San Agustín viene a destruir aquello que
edificó? Seguramente que no; pero, como tantos otros, ve con los
ojos del Espíritu lo que no veía como hombre; su alma libre entrevé
nuevas claridades y comprende lo que no comprendía antes; nuevas
ideas le han revelado el verdadero sentido de ciertas palabras; en
la Tierra juzgaba las cosas según los conocimientos que poseía,
pero, cuando se hizo para él una nueva luz, pudo juzgarlas más
juiciosamente. Así cambió de idea sobre su creencia respecto a los
Espíritus íncubos y súcubos y sobre el anatema que había lanzado
contra la teoría de los antípodas. Ahora que el Cristianismo se le
presenta en toda su pureza, puede pensar sobre ciertos puntos de
otro modo que cuando vivía, sin dejar de ser el apóstol cristiano.
Pudo, sin renegar su fe, hacerse el propagador del Espiritismo,
porque ve en él, el cumplimiento de las cosas predichas.
Proclamándolo, hoy, no hace otra cosa que conducirnos a una
interpretación más sana y más lógica de los textos. Lo mismo sucede
con otros Espíritus que se encuentran en una posición análoga.